El político inhumano
Hay algo aún más grave que un gobernante sin ideas, y es un gobernante cruel. La crueldad, como cualquier otro vicio, no requiere ningún motivo para ser practicada. Tan solo una oportunidad. La frase se atribuye a la novelista Mary Anne Evans, que firmaba bajo el seudónimo de George Eliot porque la censura del mercado editorial británico en el siglo XIX castigaba así el talento literario de las mujeres. Pero la crueldad es anacrónica, no entiende de épocas ni de sexos. Hoy se puede ser cruel de forma inconsciente o por ignorante. O ambas. También se puede ser cruel conscientemente, solo que en ese caso, al ser el gobernante un representante de (parte de) la ciudadanía, la crueldad se convierte en una suerte de despotismo.
Existe un riesgo derivado de alcanzar ese grado de crueldad. Porque con su actitud, el político proyecta en el ciudadano la idea de lo que debe ser, y el ciudadano identifica como normal una actitud carente por completo de valores. Si el Gobierno es corrupto, o cruel, parte de la sociedad tenderá hacia la corrupción y encontrará justificación a la crueldad; y con el tiempo se volverá insolidaria y corrupta. Es algo natural: con el tiempo, la mayoría adopta como propio el discurso oficial y los límites se borran. Lo oficial se asocia a lo correcto, y aunque el político no determine por completo la conducta del ciudadano, sí la condiciona. Es la política como espejo.
Nada justifica la crueldad, y la sola idea de que algo cruel pueda ser útil políticamente es ya de por sí inmoral. La muerte de los dos menores en Melilla ha destapado la inhumanidad. Melilla tiene una podredumbre latente bajo esa capa de multiculturalidad con la que nos abanderamos y que vendemos en ferias de turismo como si fuera una realidad tangible, cuando no lo es. «Melilla, crisol de culturas» como eslogan político.
La clase política confunde multiculturalidad con mezcla, convivencia con tolerancia, y venden argumentos de inclusión social por una cuestión de rédito político, no de convencimiento. La aceptación es obligación, no querencia. Y esa verdadera realidad aflora en momentos de estrés. De crisis.
Un mes después del fallecimiento de dos menores extranjeros en Melilla, no hemos oído una sola palabra de arrepentimiento del Consejero psicólogo —ojo al detalle de currículum— que no fuera acompañada de un pero. Ni un pésame. Es más, lo hemos visto incluso envalentonarse. Sacar pecho ante la tragedia. Han muerto dos menores, pero la culpa es de la oposición, por preguntar. Declaró en los medios dos bestialidades del tamaño de dos catedrales, pero la culpa es de quienes sacaron sus palabras de contexto.
No.
No hay lugar para el contexto. Han fallecido dos personas. Menores extranjeros, abandonados, drogadictos o como fueran, pero personas ante todo. Fin. Y no es solo la repugnancia de sus palabras. Lo peor es el efecto espejo. La sociedad de Melilla, no toda, pero sí una parte importante, ha jaleado a este impostor de la política y la psicología, aunque detrás de la pantalla, que siempre es más fácil.
A este grado de inhumanidad e insolidaridad hemos llegado.
Toda la bilis vertida en Facebook es consecuencia de políticas multimillonarias que no dan resultado y de la propia frustración del ciudadano, que encuentra en los menores la única justificación de su miedo. Pero no olviden que es el propio Consejero el que repite la falacia de que la tutela de los MENA no es responsabilidad de la Ciudad Autónoma para escurrir el asunto. La Ley dice todo lo contrario, solo que es más incómoda. Y no vende.
Y mientras, el mundo se pudre gracias a frases como «llévatelos a tu casa». Pero no se trata de eso. Mis impuestos se destinan a menores en la misma medida que los suyos, señor/a ciudadano/a intolerante, y no es la parte económica la que me preocupa. Me apena haber llegado a un nivel tan alto de insensibilidad y que tenga el respaldo de políticos insensibles. Incapaces de ser humanos antes que políticos.
Siento pena por usted, señor Consejero, y por todos los que aplaudieron sus declaraciones. Seguro que cuando llegó a la política ni siquiera usted esperaba tener una reacción como la que tuvo ese día. Lamento la cosificación constante de las personas que usted provoca con sus declaraciones. Lamento que arrastre al ciudadano y lo vuelva inmune al dolor, a la empatía que hace falta para sentir como un fracaso la muerte de otro ser humano, por diferente que sea. Y siento un profundo coraje de ver que tiene usted valor para reafirmarse en lo que dijo, pero no para asumir la magnitud de su error y presentar su dimisión. Por dignidad. Porque no todo vale en política, usted debería estar ya fuera de ella.
Juan Ríos