Panópticos de nosotros mismos

Me declaro fan de Byung Chul Han. Y me da temor pensar que su profecía se haga real algún día. Pero mientras eso ocurre, es interesante encontrarte con una propuesta que choque de frente con el sistema y te vuele la cabeza. Hay mucho de cierto en que el individuo se está convirtiendo en patrón y trabajador y al mismo tiempo, aunque el detalle pernicioso de que todo ello responde a una maquinaria perfectamente construida nos deja en una situación de debilidad y destruye cualquier referente artístico de valores al anestesiarnos como sociedad.

Psicopolítica (Herder, 2014) reúne conceptos de Orwell y Huxley y otros literatos y filósofos del control político de las masas. Foucault es una presencia constante durante toda la obra, y la teoría de este coreano se completa con el resto de su bibliografía, que trata de la decadencia de valores y el hedonismo generalizado que nos atonta desde distintos planos (el eros, la transparencia, el cansancio social, la falta de belleza, la intolerancia). En este caso, la libertad se vuelve una libertad fingida. Una máscara bajo la cual creemos ser libres siendo esclavos de nuestra propia autocensura. No quedan mecanismos visibles de control. Ya no hace falta que Bentham nos vigile desde su panóptico. La vigilancia es transversal,  ejercida y consentida por todos y practicada desde cada casa, lo cual nos conduce hacia la introversión, la autocensura y la productividad privada e individualista.

Del librito se desprende que lo que decimos, pensamos, hacemos y consumimos libremente es una pequeña parte del pensamiento, el discurso, la realidad y el consumo libre de una sociedad tabulada en común acuerdo que vive pasivamente una falsa realidad y compite por la constante publicación de lo íntimo como un gesto de autoliberación y completa transparencia, sin saber —o inconscientemente conscientes— de que todas las vidas quedan registradas digitalmente en algún lugar lejano y abstracto, pero accesible, y nos dominará y perseguirá como un pasado que se niega a marcharse.

El principio de negatividad de Orwell ha cedido ante el panóptico digital; el dominio se ejerce ahora con libertad, porque nadie se siente ya observado ni vigilado, y es cada individuo el que da su permiso para ser vigilado, con un simple click. Individuo como panóptico. El poder ya no impone, seduce. El poderoso no prohíbe, invita, y es la aceptación la que engorda su poder, porque cuanto más conoce, más controla, más resta la capacidad de elección libre del ciudadano.


Tenía ganas de escribir sobre Byung Chul Han, aunque sabía que escribir sobre una distopía tan ácida (¿de verdad es ácida?) es complicado, en tanto que cuestiona toda la estructura sobre la que navega la sociedad occidental. El afán de ser más transparentes, más competitivos, más eficientes, más abiertos, más libres, más, siempre más, es para el autor una maniobra orquestada por la mano invisible que se alimenta de almas que han vendido gratis su vida a cambio de sentirse libres en una sociedad de iguales. El coaching es una disciplina para vencer resistencias humanas y empujar a las personas a ser más productivas. Las redes sociales y el Big Data son la piscifactoría humana.

El dolor y la negatividad son más estimulantes que la positividad, pero la represión, la censura, la hiperprotección ya no son necesarias para lograr el objetivo. Lo eficaz ahora es crear la sensación, la emoción, de ser libres, de inocular en la psique del ciudadano la idea moderna de que está incompleto, que es débil, que necesita impulsar su ascenso personal, y que un coach de vida le está esperando (previo pago) para guiarle hacia la realización colectiva a la que aspira la sociedad.

Ese camino es la trampa para Han. Frente al discurso imperecedero de la razón, la emoción se revela mutable, cambiante; adquiere nuevos puntos de vista y muta para seguir ganando adeptos. Es más atractiva, y se vende mejor. Por eso, el objetivo es que el individuo sea proactivo, atento, proclive al cambio, a la moda, a lo que dicte el Cerebro del neoliberalismo de consumo y nula autorrealización. Sin normas, solo sensaciones, para que los límites del ser y el deber ser se borren para siempre y no exista nada más que el cambio constante, la continua liberación, la válida interpretación de todos, la ruptura de la norma como dogma o pilar básico. La rueda de la nada girando hacia ningún sitio.

Digan adiós a la dictadura de la razón, y sean bienvenidos a la dictadura de la emoción.

 

Juan Ríos

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