Todas las violencias la violencia
Una violencia recorre Argentina. Negra, callada, fría, política. Es la misma violencia que asuela el mundo desde hace siglos, transformada ahora también en novela, en denuncia y discurso global. Son muchas las víctimas — en España, en Marruecos, en Rusia y en la India, en el mundo—, pero siempre la misma protagonista, y siempre la misma suciedad pegajosa que invade por la fuerza el cuerpo de las mujeres. Camila Fabbri disecciona toda esa mugre y te la entrega a sorbitos para que descubras que ya estaba allí desde hace mucho, en lo más cotidiano, y no cometas el error de sorprenderte al verla por primera vez leyendo La reina del baile. Porque no es un fenómeno abstracto que está ahí y no ves. No sucede, simplemente. Se ejerce.
Hay dilemas que los hombres no atendemos, como la paternidad. Para nosotros, un hijo no es una cuestión etaria, ni biológica. No sentimos angustia al ver el tiempo correr como una cuenta atrás, o como una losa. Es algo más sencillo. Tampoco distinguimos capas de violencia, ni sentimos el miedo con diferentes texturas. Vivimos el miedo, el desarraigo, la tristeza o el dolor, pero son sensaciones completas, con menos matices. Quizá nos perdemos cosas, pero creo que ganamos tiempo, o claridad, pero eso queda para otra conversación.
Paulina, la protagonista de La reina del baile está sola, pero, sobre todo, se siente sola. Su agujero no es solo físico; es un desamparo existencial que la arrastra con la inercia de una corriente o del tráfico de una autopista, hasta que colisiona contra otro vehículo, y contra otros brazos que la aferran, pero no para protegerla. Hay habitáculos de coche que son prisiones, y carnes humanas que son prisiones. Las dos atrapan y enmudecen. Las dos requieren ayuda para regresar. Y ambas también necesitan una novela como la de Fabbri, para que ahondemos en esa conciencia que nos falta. Sin ella no se llega a los matices ni a las texturas.
La reina del baile va encajando piezas de vida insustancial hasta que algo que comienza casi como un cliché del desengaño se transforma en algo complejo. Porque la vida de Paulina, y la de Maite, y la de Lara, y la de tantas mujeres solas rodeadas de gente no buscan la pena fácil. Son vulnerables, pero no necesitan nuestra compasión para redimirse. Quizá una pizca de atención, alguien que les sostenga el flequillo al vomitar, un reflejo de otra mujer para asirse a la esperanza de escapar de la zona oscura.
Porque es posible salir solos de una capital que asfixia, de un coche accidentado, de una casa prestada, de una piscina infestada, de una sombra y de un miedo, pero siempre es un poco mejor con la ayuda de alguien.
No subestimen la delgadez de La reina del baile, ni a Camila Fabbri. Como dramaturga, sabe afilar los silencios para que se conviertan en navajas.
La reina del baile, Anagrama. 2023.
Finalista Premio Herralde 2023.