Mohand «El Breve»

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Llegó para demostrar que la juventud merecía un espacio relevante en la política local, y dos años y medio después no es más que el rostro joven de la vieja política. Una imagen renovada y un discurso fresco, es cierto, pero los mismos vicios, el mismo tufo y la misma arrogancia de quienes le precedieron. Mohamed Mohand comenzó a levitar al primer roce con el poder, y de tanto elevarse se quedó tan lejos de la realidad que acabó perdiendo de vista su deber como consejero, su ética como político y su respeto a la ciudadanía como melillense.

Ahora no solo está fuera, sino que es, además, un riesgo para su partido y para el gobierno.

Cese, renuncia y dimisión es el precio que ha pagado por incumplir la regla número uno del servidor público: no servir a sus intereses personales ni a los de su familia. A falta de una sentencia judicial que dirima si el intento de subvencionar a la empresa de su madre fue o no prevaricación, así concluye la carrera política para Mohand «El Breve», con su credibilidad estrellada contra un muro y el castigo más doloroso para el político ambicioso: que nadie le recuerde.

Poco importa que sea por amor a su partido o por un puñado de euros al mes. La decisión de seguir aferrado al escaño no es otra cosa que la confirmación de su propio fracaso, y una demostración de egoísmo que no solo deteriora su imagen, sino que perjudicará también a su partido y al propio gobierno de la Ciudad Autónoma.

Mohand compareció este miércoles para anunciar una dimisión a medias. Aceptaba su cese y la revocación de sus cargos como consejero y presidente de INMUSA, pero no como diputado. Le falló la valentía para aceptar las consecuencias de sus actos. Alegó que su acta es personal y le pertenece desde el día de las elecciones. Y no mintió. Pero quizá no sabe que también hay sentencias del Tribunal Constitucional que recalcan la “fuerte prevalencia” del escaño a favor del partido. Que, aunque en unas elecciones se elija a las personas inscritas en una lista cerrada, lo que se vota en realidad son las candidaturas. Y es por el partido y gracias al partido por lo que alguien adquiere la condición de diputado. ¿O es que alguien ha votado alguna vez a un partido político por el candidato número 4 de la lista electoral?

No tengo esperanzas de que el pleno aborde ahora una reforma que actualice el Reglamento contra estas prácticas que socavan la democracia (aunque debería), ni que se inicie un recurso judicial para resolver esta anomalía, aunque debería esforzarse en poner punto y final definitivamente a la presencia de cargos públicos imputados en la Asamblea, sean diputados, consejeros o presidentes.

Por ello, Mohand puede respirar tranquilo, aunque las consecuencias políticas de su renuncia a medias serán graves. El afán por continuar sin responsabilidad ni cargo le convertirá cada pleno en la caricatura del político agarrado a un sueldo, pero el verdadero golpe se lo llevará el Partido Socialista, que perderá un 25% de cuota en el Consejo de Gobierno, sobrecargará de trabajo a sus tres compañeras, se vaciará de peso político y fortalecerá a Coalición por Melilla, hoy socio pero mañana principal adversario electoral.

Por no hablar del daño orgánico al Partido Socialista. Cobrar sin trabajar cuando la Ejecutiva orgánica te exige la renuncia es un órdago que debilitará la imagen del Partido Socialista y un pulso abierto a Gloria Rojas. Quizá Mohand debería haber aprendido tras su paso por las Juventudes Socialistas que la estabilidad del partido está por encima de cualquier persona, por mucho que el Código Ético no contemple literalmente su dimisión como consejero.

Solo el tiempo dirá si esa obsesión por mantener su acta es un desafío al aparato político o una estrategia personal para venderse al mejor postor. Lo primero no suele acabar bien, pues el partido termina recuperándose, mientras que el rebelde termina defenestrado. Lo segundo es un riesgo para el partido adoptante, que tendrá que decidir si la hoja de servicios de Mohand es realmente un aval, o más bien una amenaza.

Sea como sea, el gobierno de la CAM seguirá respirando por una simple cuestión aritmética, y ganará credibilidad con la actitud firme de Gloria Rojas. La líder socialista ha asumido con valentía la responsabilidad de pedir el cese para su propio compañero, demostrando que, en política, se puede hacer mejor o peor, pero hay principios que deben permanecer intactos. Ojalá otros, como Imbroda, pudieran decir lo mismo. La vara de medir la tolerancia frente a la corrupción y los delitos es larga. Miguel Marín cometió presuntamente el mismo fallo, pero ahí sigue. Su permanencia en política es poco más que un premio a la desvergüenza.

El sueño de derrocar a De Castro tendrá que esperar, pero el cese de Mohand debería servir de aviso serio para un gobierno que se acerca peligrosamente a un precipicio síntomas serios de fragilidad y agotamiento. Cada día que pase Mohand en el pleno de la Asamblea será una bala para la oposición y un agujero más en la credibilidad del gobierno, de igual modo que cada día que transcurra sin una renovación orgánica en el Partido Popular será un día perdido para recuperar el poder y el crédito político. Sorprende que nadie haya puesto en marcha aún una estrategia de consolidación/recuperación del electorado. Pero eso merece otro artículo.

Mientras se resuelve esta anomalía, la hemorragia de votantes que demandan una política honesta seguirá agravándose en uno y otro bando. Alguien debería recordarle a sus señorías que el servicio público conlleva una obligación moral y ciertos principios y valores que están fuera de toda interpretación. Que llegar no es un premio, sino una responsabilidad. Y que la forma más rápida de marcharse con el apodo de «El Breve» a cuestas es convertirse en aquello que precisamente se combatía.

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