La única verdad es su realidad
Hay que reconocerle al presidente un talento especial para el contorsionismo. El axioma “la única verdad es la realidad” que pronunció varias veces (sic) durante su última entrevista no es una frase casual, sino la síntesis más explícita de su ethos político. Pero la conexión que establece Sánchez entre verdad y realidad no debe interpretarse desde un plano ético, filosófico o etimológico. Todo opera desde una lógica particularísima de sí mismo que tiene menos de aristotélico que de nihilista, pues no entiende de creencias ni principios amplios, sino de la necesidad perentoria del momento. La realidad es líquida. Si cambia, la verdad se altera irremediablemente. Y así se justifica el cambio de opinión, o la mentira.
Esta cualidad plástica del presidente le permite renegar tres veces el perdón en forma de amnistía y abrazarla con entusiasmo en cuanto se conoce el resultado electoral. También le ayuda a ganar tiempo proponiendo en Bruselas una implantación del catalán en la que nunca ha creído, a conjugar la defensa del progresismo con la concesión arbitraria de competencias a Cataluña sin que le chirríen los dientes, o a aceptar mansamente otro axioma, “Cataluña para los catalanes”, de Junts, mientras combate con ferocidad el “España para los españoles” de Vox. Porque, para Sánchez, la verdad de las cosas es que el nacionalismo xenófobo es más o menos nacionalista y más o menos xenófobo según quién ocupe su realidad.
En 2019, un informe alertó de una nueva forma de manipulación pública a través de la propaganda política. Se consolidaba la evolución del modelo propagandístico del siglo XX (utilización simultánea de varios canales, alto volumen de información y flujo rápido, continuo y repetitivo) que Goebbles sintetizó bajo el principio “la verdad es una mentira repetida 1.000 veces” hacia uno nuevo que desprecia la objetividad, la verdad y el rigor y utiliza el poder como palanca para socavar incluso los principios más sagrados de la Democracia.
¿Cómo un dirigente político, cuya imagen radica en la credibilidad, llega a adoptar la mentira como forma de ejercer el poder aun sabiendo que lo que dice no es cierto?
La conclusión del documento es sencilla: por poder. El político puede mentir con más descaro cuanto mayor es su fuerza política, llegando incluso al extremo de negar lo más obvio, aquello que ves con tus propios ojos, sin inmutarse. Este poder conlleva la capacidad de repetir mentiras cada día, con cada tema, hasta romper los consensos que delimitan su ejercicio, de modo que cuando llegue el momento de corregirse, retractarse o disculparse (si llega), ni siquiera habrá consecuencias. El volumen de mensajes sesgados será tan alto que ninguna mentira se elevará a categoría de escándalo.
Esta nueva forma de propaganda ya no busca persuadir ni movilizar al público mediante la repetición de un mensaje a través de los medios de masas, sino de crear tal volumen de mensajes sesgados, mentiras y globos sonda que el público no sea capaz de abarcar y digerirlo. Es algo incluso más perverso que la mentira, la desinformación o la persuasión. Es destruir los anclajes sobre los que se construye la credibilidad, los marcos y los relatos dominantes, así como la posición hegemónica de los hechos para fijar el poder como único pedestal de la credibilidad pública. De eliminar el valor de la realidad, de los hechos, para que el nuevo escenario de opinión sea siempre indescifrable y favorezca únicamente a quien ostenta el poder.
Las consecuencias de este bombardeo imparable son nefastas para la Democracia, pero eso tampoco importa al poder: el analista/periodista se ve arrastrado a una carrera interminable para desmontar las mentiras y defender los principios de su profesión; la oposición se desgasta estérilmente al jugar en el terreno ficticio que el poder ha creado precisamente para ellos, y el espectador corriente se adentra en un estado de indefensión informativa ante tal avalancha de datos que lo único que le queda es bien rendir culto al que construye la nueva realidad dominante aunque no sea creíble (y cancelar al resto), o bien resignarse a pertenecer al bando dominado aun sabiendo que se posee la verdad. Esto explica una gran parte de la frustración social.
Para entender (y combatir políticamente) a líderes como Sánchez, Abascal o Trump no hay que atenerse a las normas que conocemos, ni a la realidad política, social o jurídica establecida por consenso, sino al escenario mutante que su partido necesita construir a cada momento para lograr su objetivo de engañar a todos todo el tiempo. Y para ello necesita que los hechos y verdades aceptadas por consenso se devalúen hasta alcanzar el mismo rango que la mentira o el mensaje sesgado. Que la palabra no tenga que tener valor. Ahí es donde el departamento de ingeniería dialéctica que dirige Pedro Sánchez encuentra la fuerza para construir su realidad propia y engañar a militantes, votantes, ciudadanos, socios e incluso miembros de su propio partido, pues existe una mentira para cada argumento y cada persona. La única verdad es la realidad que le interese al presidente en cada momento. Ni más, ni menos.
Sánchez lleva 5 años cumpliendo fase a fase un plan muy definido: hipertrofiar el Ejecutivo concentrando el poder todo lo que la Ley y la aritmética parlamentaria le permitan. De ahí la devaluación del poder Legislativo, reducido a una muleta donde convalidar Reales Decretos, los ataques velados al poder Judicial, ya sea admitiendo lawfare o colonizando silenciosamente órganos jurídicos, y esta suplantación del control de la prensa por un nuevo modelo donde la verdad ya no sea la base, al menos tal y como se conocía. Ante un resquebrajamiento tan acelerado del sistema, la pregunta que sigue es casi obvia: ¿quién no va a querer agarrarse a mi realidad cuando todo esté destruido?