Nada fluye, todo permanece
Cuando todo está perdido, solo queda batirse a dos manos. Pablo Iglesias no consiguió tumbar a Rajoy, pero sí lo que pretendía: recrearse en un escenario de todos contra mí. O de yo contra todos, porque su intelectualidad se lo permite y le deja tiempo para mirar a la bancada con ojillos entrecerrados y una mano en el bolsillo. Erudito y condescendiente. Se gustó Pablo Iglesias en la tribuna imitando un estilo que es más propio de Rafael Hernando, chabacano, provocador y tan maleante a ratos como el partido que representa, que hoy sigue siendo una «organización criminal» que supura fango y presume de una pulcritud que no existe.
Iglesias cambia el discurso y el tono según sea el orador replicante. También hay que reconocer que algunos oradores subieron al estrado con una lata de Nivea dispuestos a untarla en la espalda de Pablo Iglesias. Eso sí, faltaron los besos. Con otros oradores hubo nubarrones, caras de resignación e incluso de asentimiento. Lo tuvieron en su día. Pudieron sacar a Rajoy del Gobierno, pero eran otros tiempos. Otras épocas, vista la velocidad a la que va la vida política de este país, sobre todo para las confluencias. Ábalos (PSOE) dejó en la mesa las propuestas de Podemos. Ya estaban recogidas en el acuerdo de PSOE con C’s. No hubo cambio porque Podemos no quiso. Y, no lo olvidemos, porque Iglesias prefirió ser megapresidente sin sentarse a negociar siquiera. Y de aquellos barros, estos lodos.
De haber recapacitado a tiempo, no habríamos aguantado un debate estéril de más de 11 horas quizá interesante para los analistas, pero aburridísimo para la ciudadanía. Nada fluye, todo permanece: el Partido Popular celebrando la salida de Granados de la cárcel y pavoneando su cinismo como si la corrupción y la mentira fuesen cosa de otros; Ciudadanos demostrando que el camino de la centralidad también puede tener fruto sin confrontación; el PSOE, renovado y fuerte en su primer asalto y Podemos arrinconado por su prepotencia y su intelectualidad, quizá arrepentido de aquel no. Hoy solo le siguen los independentistas.
Me queda la sensación de tener unos políticos que presumen de algo que no veo porque tienen un discurso amnésico que no refleja para nada su labor parlamentaria, y un cierto aire de inmoralidad que no pretende conciliar, sino todo lo contrario. No he visto humildad, ni honestidad, ni ganas de construir. El Congreso, lugar donde se mancilla a Machado con descaro, puede ser tanto un circo como un mentidero, según se tercie, donde la verdad no importa. ¿Qué es la verdad, hoy, con tanta verdad alternativa? Nadie quiere más verdad que la que dictan las siglas. A partir de ahí se construye todo.
Nos empeñamos en sacar los episodios más negros de la historia para despertar pasiones, en lugar de inspirarnos con hitos que algún día nos hicieron reflejo de modernidad y progreso. Entre otras citas —algunas erróneamente sonrojantes— apareció Machado, y creo que aún ahora se sigue revolviendo al ver que sus versos se utilizan para reabrir heridas. Y estuvo presente Orwell, aunque nadie lo citó, demostrando que los tentáculos del poder se extienden por medio de las palabras, y que los odios se inoculan mejor con buenas dosis de lenguaje manipulado. Duele el desprecio y la falta de respeto a la soberanía de quienes nos representan, y a los que amamos el lenguaje nos duele aún más que se sustituya la elocuencia por el eslogan y que ni siquiera el presidente del Gobierno sea capaz de adaptar —o que le adapten— un discurso a su personalidad.
Pero así son las cosas cuando la ideología carece de pragmatismo y se supedita a la soflama, a las batallas de datos, reproches y provocaciones de mucho plató y poco contenido. Deberían recuperarse parte de esa esencia perdida. No todo es recitar los casos de corrupción como el padre nuestro. Saberse de memoria los casos que asfixian judicialmente al PP no convierte a Podemos en paladines de la transparencia y la lucha contra los corruptos. Solo les hace merecedores de buena memoria, porque son muchos, muchísimos casos, pero no más comprometidos con el trabajo para erradicarla.
Vinieron para cambiarlo todo, pero cuando pudieron, no quisieron, y ahora que quieren, no pueden. La frase es de Ábalos, gran descubrimiento y gran aporte de mesura, que bien hacen falta a la Cámara y al propio PSOE.
El circo que se cierra hoy inmuniza aún más al PP de la corrupción y arrincona a Podemos, cuyas únicas compañías en el Congreso reflejan la deriva en la que se encuentran. No suman, no aportan, no construyen. Y lo que es peor: no se dan cuenta de que confrontando y destruyendo puentes no se arreglan los problemas. Quizá cuando abandonen el utilitarismo político y salgan del plató para volver a las comisiones empiecen a comprender que la supervivencia de un PP en minoría depende también de la voluntad, no de los tres minutos de fama.