Un tornado de puro talento
Algo tiene Cádiz que convierte lo cotidiano en magia. No es el viento, ni la guasa, ni un ocaso en La Caleta. Es todo eso y un duende, que en febrero duerme en el Falla y el resto del año vive en las calles. Un duende que, igual que te ilumina una comparsa, le pasa la mano por el lomo a Eurípides y le dice: “Quillo, y qué pasa si convierto a tu Dionisio en Dionisia y nos reímos de lo poco que hemos cambiado en 2.500 años”. Las Niñas de Cádiz conocen bien a ese duende, tanto como al levante y la guasa, y lo han puesto al servicio del público para pintar un retrato tragicómico de la actualidad a golpe de línea y bingo. Pero que nadie se confunda. El humor es fino y la sátira, de altura. En Cádiz, reírse es una cuestión muy seria.
La trama es sencilla: en un local clandestino que bien podría ser del Mentidero o del barrio de La Viña, cuatro mujeres se reúnen en torno a un bingo para contarse las penas, darse consuelo y escapar un poco de su día a día. El nivel de surrealismo de la fiesta depende del menú. Al principio solo son risas. Luego aparecen unas pastillas y una botella de anís, y el final es una bacanal de libertinaje como dios (el dios griego) manda. Tanto, que el jaleo acaba mal. ¿O quizá no tanto?.
‘Las Bingueras de Eurípides’ recoge de ‘Las Bacantes’ tan solo lo necesario para enfrentar lo dionisíaco con lo apolíneo. La jauja con la autoridad. La solemnidad de lo clásico se queda en la obra original para que quepa el sarcasmo en las pequeñas tragedias —una esposa reprimida en su propio matrimonio, un amor físico que languidece en la madurez o un tornado (sí, un tornado) de amor fou— y que el verdadero drama sea reírse. Y todo discurre con un ritmo altísimo en un montaje que no desfallece nunca, ni siquiera cuando acaba. El trabajo que ha realizado Ana López Segovia con el texto es una delicia, no porque te recuerde constantemente el legado de gigantes como Juan Carlos Aragón o Martínez Ares, que también, sino porque logra que cualquier sala se convierta en un Falla en pleno mes de carnaval.
Las Niñas de Cádiz han logrado consolidar un estilo propio: hilarante, sí. Popular, también. Pero de culto. Si ‘El viento es salvaje’ era frescura e inteligencia con métrica de romancero, ‘Las Bingueras’ es igual, pero con un poco más de potencia y refinamiento. Es difícil decidir cuál de las cuatro (Alejandra López, Teresa Quintero, Rocío Segovia y Ana López) sobresale más, porque el reparto de pesos es milimétrico, pero es que, además, el contrapunto de José Troncoso y Fernando Cueto le aporta a la obra un equilibrio imprescindible para que funcione sin caerse de principio a fin.
Es difícil hacer que todo parezca sencillo, pero hay que reconocer que el trabajo de todo el equipo, dirección, montaje, estilistas, iluminadores y atrezzo es una sinfonía que provoca puro deleite en el público. El ritmo de la rima y los diálogos conducen al espectador por el suelo y por el aire de una escena a otra hasta un clímax que en Grecia no podía ser otra cosa que tragedia y lágrima, pero que en Cádiz, quizá por la magia y el arte de Las Niñas, se convierte inevitablemente en una larga ovación.