Ojalá esa ola

 

Artículo publicado en El Español el 12 de noviembre de 2018

Acabemos ya con las instituciones. Volvamos al silencio, a la tribu, a los lugares más profundos de nuestro país. Defendamos solo al líder repitiendo a coro las promesas y las mentiras que pronuncia a diario. Escojamos a uno, el que más nos guste, y adorémoslo como al profeta que estaba por venir. De veras, y terminemos también con el tedio de votar cada cuatro años, en las generales, las autonómicas y las municipales y, por supuesto, en las europeas. Para qué demonios sirven unas elecciones europeas, ¡no nos representan! Condenemos al periodista que nos incordia, al humorista que nos indigna, al demasiado progre y al demasiado facha. Si protestamos todos, veréis cómo la Justicia se politiza y la Política se judicializa, pues todo cabe bajo la única Ley de los que nos gobiernan: agarrarse fuerte y aguantar. Abarcarlo todo. Hacer del color político algo omnipresente. Y como la verdad ya solo está en Twitter, renunciemos también a nuestra libertad de expresión. La autocensura no es tan mala si así conseguimos no desviarnos del discurso oficial, pues nada hay más humillante que exhibir nuestra humana contradicción. Aquí no hay lugar para el fallo. Si alguien se equivoca, indudablemente no eres tú, y si por alguna razón no conoces la elocuencia, al menos te quedará la hemeroteca, que siempre tiene a mano un trapo sucio para limpiar la vergüenza de no saber, o para aliviar tu orgullo herido atizando al otro. Que nadie te haga flaquear con razones. La moda ahora es lo simple, lo rápido, lo efímero. Quién quiere reflexionar cuando no existen segundas oportunidades.

Y por seguir hablando de libertades renunciemos también a las fronteras líquidas. Construyamos más muros; muros más altos, muros físicos, pero sobre todo muros mentales. A quién le importa que el futuro más inmediato se parezca más al pasado más inmediato. Si por casualidad nos gusta leer, leamos únicamente aquello que refuerce nuestro pensamiento prefabricado, y borremos cualquier cosa capaz de conmovernos. Cualquier cosa que nos cuestione como “seres racionales”. Si lo tuyo son las redes sociales, compártelo todo sin mirar demasiado. Que verifiquen otros. Rechacemos lo distinto, señalemos al extranjero que viene a llevarse todo, censuremos todo lo que exceda nuestro modo de vida, nuestro carácter forjado a sangre y fuego lento a lo largo durante estos siglos para que perdure por muchos siglos más. La raza. El yo supremo. Y despidámonos sin lágrimas de nuestros amigos foráneos, reduzcamos el contacto a lo mínimo que la tecnología nos permita, pero cada uno desde su parcela, en su país, sin interactuar, sin más contacto físico que el que guardemos en el último recuerdo.

Estados Unidos reaccionó hace una semana. Escogió el futuro donde otros se debaten entre el color gris y el negro. Y ese futuro se pinta con luz y diversidad, con feminismo, con una conversación de personas para personas, con una revolución que comienza desde dentro y sale para romper estereotipos, consciente de sí misma, y de que las crisis de democracia solo se resuelven con más democracia.

Algunos queremos que esa ola nos arrastre pronto, pero quizá nos equivocamos al correr tierra adentro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *