O yo, o el caos

JUAN RÍOS, @Jrivers85

El cambio de gobierno y el inicio de la precampaña han lanzado a los políticos a una competición mediática en la que el error ajeno vale más que el mérito propio, y la obsesión por la réplica y la inmediatez nos tiene sumidos en un debate estéril de formas sin contenido ni aprendizaje. Cuando el diálogo se reduce a la mínima expresión de un tuit, cualquier asunto puede convertirse en una cuestión de Estado, y desde hace tres meses, todo lo que sucede en Melilla también parece una cuestión de Estado. Cada día, pueden leerse mensajes con poco contenido, bastantes faltas de ortografía, muchas exclamaciones, y una homilía de piropos al Gobierno que no se escuchaban desde la época de Zapatero. Por turnos, consejeros y viceconsejeros anuncian cada día un Apocalipsis que nunca termina de llegar, pero que tiene un objetivo claro: dividir a la gente y erigir al actual presidente de la ciudad como la única alternativa fiable: o yo o el caos.

Divide y vencerás es un clásico de la estrategia política desde que Julio César pisó la Galia. El Gobierno lleva tanto tiempo en Melilla que no sabemos si lo conoció de primera mano, pero para que esa división surta efecto tiene que darse una condición que, a día de hoy, no se cumple: estar en una situación de privilegio. Por primera vez, Ciudadanos disputa al PP una parte notable de su espacio político. Además, las encuestas anuncian un retroceso mayor que el de 2015.

 

No termina todo ahí. El Partido Popular se aproxima a este cambio de ciclo con muestras visibles de agotamiento, víctima de su gestión en asuntos clave de la ciudad, y reflejo de un cansancio político que ya no puede ocultar Imbroda. Se escuchan las primeras voces críticas detrás de la puerta, y el presidente, que parece no haber superado aún la moción de censura a Rajoy, combina la estrategia de dividir con la de atacar frontalmente a la nueva Delegación, lo cual da alas a la ultraderecha que propone VOX. A no ser que lo que pretenda en 2019 sea repetir la historia y reeditar el pacto con la extrema derecha, estamos ante un error grave de miopía política.

Tras 18 años, el PP considera el Gobierno como parte de su patrimonio, y sin embargo no existe el recambio. Ningún miembro del partido parece estar a la altura de Imbroda como para sucederle, lo que obliga al presidente a sacrificarse de cara a las próximas elecciones y postularse una vez más, ahora con 75 años. De nuevo el axioma “o yo, o el caos”, y a partir de esa consigna, todo lo demás: el discurso del miedo, la demagogia y el miedo al moro. Las consecuencias no importan. El único objetivo es ganar las elecciones. Por eso abundan las declaraciones cargadas de términos como dimisión, estupidez, ridículo, fracaso, abismo o crisis. Una estrategia de comunicación fallida que ya no penaliza.

Imbroda acusa una merma de reflejos. Se ha vuelto impaciente. El protocolo ya ni siquiera parece ser una norma. Y pongo un ejemplo sencillo, pero clarividente: el pasado 17 de septiembre, durante su discurso del Día de Melilla, Imbroda saludó a Francisco De la Torre, alcalde de Málaga, a sus acompañantes, a los dos galardonados con las medallas de oro de la Ciudad, Salvador González y Yussef Abdeselam, al Comandante General y a los miembros de la Compañía de Mar. No hubo saludo al resto de autoridades, ni a su propio partido, ni a los melillenses que asistieron ni, y esto es un error flagrante, a la Delegada Sabrina Moh. ¿Error o declaración de intenciones?

Gobernar no es únicamente una cuestión de capacidad. Es una cuestión de tiempo, de energías, de equipo y de proyecto. El Partido Popular ha dejado dormir durante años las cuestiones más importantes, y por eso se arrastra Melilla. Pareciera que con Pedro Sánchez han recuperado las ganas de trabajar, pero ya nadie olvida que durante siete años, Rajoy no trajo soluciones al problema de los menores, no aumentó la plantilla de Policía Nacional ni Guardia Civil, no se construyeron colegios ni institutos, ni fueron capaces de romper la bochornosa barrera de los 10.000 desempleados. Tampoco aliviaron la Sanidad y la Seguridad con un nuevo hospital, una nueva comisaría y más personal, como tampoco han mejorado los datos de pobreza, de abandono y fracaso escolar. Seguimos instalados en el récord europeo de paro juvenil, y la inseguridad social que vive la gente en la calle ha ido creciendo impunemente. Por no poder, no han podido ni limpiar las calles como se merecen.

Este es el legado del Gobierno del PP. Y su herencia.

Por eso, no sorprende ahora que el discurso de la ultraderecha asome en Melilla. Una ciudad tan peculiar, en la que 5 culturas tienen que convivir en apenas 12 kilómetros con problemas tan serios como la inmigración, la pobreza y el desempleo, es el escenario perfecto para que prolifere el extremismo. Tenemos la suerte de no tener a Podemos en las instituciones, pero sí podría abrirse la puerta de la Asamblea para VOX. Y eso también es consecuencia de la política del rodillo, del no diálogo, del no impulso a los jóvenes, de subyugar toda una ciudad a base de subvenciones, de apartar la vista a los problemas importantes y de nombrarse senador y olvidarse de la ciudad que representas. No hay más que mirar la ficha laboral de Imbroda en el Senado para darse cuenta de cuánto ha trabajado por Melilla desde 2004: en 14 años, su única iniciativa ha sido realizar una pregunta con respuesta escrita.

En una época en la que todo el conocimiento está a nuestra disposición, lo único que hace falta es tener memoria, y que esa memoria nos aguante hasta mayo de 2019. No es posible vivir en la urgencia permanente, crispados institucionalmente por un Gobierno que busca rédito dividiendo. Melilla no necesita división, sino todo lo contrario. No necesita continuismo, sino renovación, y tampoco necesita a la ultraderecha. Necesita futuro para los jóvenes, un modelo de centro y diálogo que nos represente realmente.

La precampaña no ha hecho más que empezar, y será mucho más dura a medida que se acerque el mes de mayo. En las próximas semanas veremos cómo se recrudece aún más el discurso, pero de nosotros depende no caer en la trampa, ser críticos y tener memoria. Que lo urgente no nos distraiga de lo importante. El caos sí tiene solución.

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