Relámpagos en los ojos (Parte I)

Lo más difícil de escribir no es encadenar las palabras con la música que tienes en la cabeza. Lo peor es que el papel acepta cuanta sinceridad quieras dejar en cada frase, y a veces es tanta que no es soportable ni tan siquiera para ti mismo. Escribirse a la cara requiere evadirse, un análisis frío, saber que acabarás con magulladuras cuando bajes a la parte profunda, y valentía para llegar hasta el final y enfrentarte a aquello que te desnuda y te juzga despiadadamente. No hay peor verdugo que el silencio y una página en blanco donde confesarte. Aún así, tenía que hacerlo. Vaciarme un poco como ejercicio para mantenerme vivo. O cuerdo. La mujer de la que estaba a punto de volver a enamorarme iba a partirme en dos y lo sabía. Y esta certeza no sería un crujido. No se quebraría solo una parte: roto por completo. Dos mitades separadas que nunca más volverían a funcionar juntas. Hay que ser muy valiente o ser un completo idiota para lanzarse al vacío con tantas ganas y tan pocas probabilidades de sobrevivir, pero a mí siempre me falló la valentía cuando se trataba de ti. Aún así, me sorprende la calma, la franqueza con la que acepto que el final pueda ser ese, y no otro. De haber sido hace unos años, sentiría pánico solo de pensarlo, pero ahora no hay rastro de ese miedo. Solo queda delatarme, sentarme delante de un folio y dejar que salga todo esto que amasé en silencio con la boca apretada para no contarlo. Esta es mi sentencia. Nadie, ni siquiera ella, podría haber imaginado la profundidad a la que bajé hasta alcanzar el fondo.

 

 

Todo lo que tengo es lo que pude recoger del derrumbe. Se acabaron los miedos, pero se quedaron las imágenes. Recuerdos que transformé en palabras para conservarlas y regresar a ellos como quien camina de vuelta a los lugares de su infancia. Al contemplar el destrozo pensé en huir, pero hubiera sido una insensatez. Debajo de todas las capas de mentiras, verdades y máscaras que nos dan forma bajo la piel, noto algo parecido a la curiosidad por saber cómo será romperme de nuevo contra el suelo después de tanto tiempo sin sentir el más mínimo cariño por ningún otro ser humano del planeta. Repetir la Divina Comedia de mi propia existencia con otra larguísima temporada en el infierno. Huir sería como dejarte marchar para siempre.

Sé cuántos lunares tienes en el brazo derecho, y cómo te repliegas en retirada cuando invaden tu espacio personal. Sé que miras sin querer con dureza, aunque debajo de los párpados muchas cosas son blandas. Sé que tienes secretos tan grandes como mundos. Como un miedo al que no se le planta cara. Sé que tiemblas un poco cuando duermes, como si soñaras un invierno o no pudieras contener una alegría. Sé que el sueño no da reposo todavía, que la vigilia alimenta aún más que las sábanas. Sé que buscas la belleza en las cosas más pequeñas, y que a veces todo te parece tan injusto que tejes tu rabia y ardes, que esa rabia te llevó a veces demasiado lejos y que algo tuyo se quedó allí para siempre, en el mismo punto de no retorno de la inocencia. Sé, como una verdad innata en la cervical, que quiero estar ahí cuando vuelvas, que si decidieras desandar el camino no me lo perdería por nada del mundo.

Me desconcierta la calma que aparentas
Y el temporal que escondes.
Hay veces que los ojos te brillan
Como si tuvieras relámpagos por dentro
Y yo, que tanto me gustan las tormentas,
Quiero quedarme allí para siempre.

Despiertas y sin decir una palabra me envías a una zona que apenas conozco. No hace falta que me mires de nuevo para adivinar que estoy cayendo de nuevo. Por eso me aterra escribir hoy. Tengo miedo de quedarme tan expuesto que me abrase, o ciego de tanta luz. Miedo a que se cierre la cicatriz que teníamos pendiente y me quede junto al precipicio, pero fuera de tu vida. Tengo miedo de que no sea el momento que necesitamos, si es que se necesita, como dicen, un tiempo para algo. Miedo a que la vida se convierta en un recuerdo lejano. Miedo a que sea demasiado. Miedo a que no sea suficiente. Miedo de que todo parezca tan bonito que te resulte insoportable. Miedo a que si te marchas tu hueco no lo llene nadie. Miedo a las sonrisas de lejos. Miedo al quizá y al a veces. Miedo a verte en cada calle. Miedo a que acabemos condenados por reincidencia. Miedo a tener que recoger de nuevo los pedazos viejos. Miedo a terminar otra vez deshechos el uno para el otro. Miedo.

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