Muy hartos
Padres, madres, familias enteras, abuelos y abuelas, niños, jóvenes, ciclistas, paseantes, corredores, deportistas de otras disciplinas. Ciudadanos. Gente que conocía a Carlos y gente no le puso cara hasta el día de la tragedia. Más de 3.000 personas, pero el sentimiento era el de una ciudad entera unida por un mismo sentimiento y un mensaje unívoco: el hartazgo de todos por la inseguridad que se vive a diario la calle.
En una ciudad como Melilla, en la que toserle al Gobierno se paga con pena de destierro, que tantos y tantos ciudadanos vencieran ese miedo a reivindicarse públicamente da cuenta de la magnitud y la importancia de un problema que necesita soluciones reales, no excusas ni florituras. Ya no es necesario que sea de noche o que se trate de una zona poco concurrida de la ciudad. La sensación de inseguridad no procede exclusivamente de los menores. Hace dos semanas la tragedia le sobrevino a la familia de Carlos por culpa de un conductor ebrio y la ausencia de medidas de seguridad en zonas peligrosidad vial, pero la inseguridad la sufren a diario hombres, mujeres, jóvenes y deportistas. Y tampoco se trata de una percepción subjetiva.
Melilla tiene una de las tasas de siniestralidad más altas de España, pero en lugar de tomar ejemplo de otras ciudades de referencia en España y Europa donde la prioridad es el peatón y no el vehículo y la política empieza a obtener beneficios de ese viraje hacia lo sostenible, aquí seguimos dando pasos hacia atrás: el coche sigue siendo una institución —hay más de 60.000 vehículos cifrados en la ciudad— y la consigna es mantenerlo todo inalterado aunque la gente esté harta y no pueda salir tranquilamente en bicicleta con sus hijos. Tiene su lógica, al Gobierno le sale más rentable desoír las críticas que promover grandes proyectos de readaptación del tráfico, de creación de espacios verdes, de carriles bici o de vigilancia y control de infractores.
Pero debería tomar nota el Gobierno. De nada sirve presumir de aprobar «los presupuestos más sociales» de la era Imbroda si todo ese dinero no se ve reflejado en políticas que mejoren la vida de los melillenses. De todos, no solo de algunos. La del sábado no fue una manifestación cualquiera. Toda esa gente callada durante años y a la que lleva años ignorando está muy cansada, y aunque se resignen a que las cosas funcionen de una forma peculiar, cuando se trata de seguridad y familia la reacción es distinta.
¡Cuánto nos queda por recorrer! Como ciudadanos, yendo más allá de la crítica estéril y el comentario inocuo en Facebook. Como Gobierno, cambiando conceptos y saliendo por fin del cortoplacismo para impulsar ese cambio cultural, civil y político que necesitamos hacia un modelo más sostenible por y para los ciudadanos. No todo cambio es crisis, ni toda crisis está vacía de oportunidad. Lo único que no queremos es lamentar más desgracias.