Tú no eres como otras madres

Ni tú como otros libros. Y lo digo habiéndote leído hasta el final, hasta las cartas, siempre desde el respeto de quien conoce lo difícil que es escribir. No te desaliento. Mantener durante 500 páginas la tensión, un hilo argumental y una trama sólidas, aguardando un desenlace que conmueva no está al alcance de todo el mundo, y requiere un estilo más depurado. No quiero pecar de pedante, pero tu autora —o tu traductor— ha caído a veces en el sopor y a ratos en el infantilismo, y ni la primera parte es tan profunda ni deslumbrante ni la segunda es capaz de transmitir la gravedad de la caída del ser humano en una Alemania deshumanizada por el totalitarismo.

No pongo en duda que los felices años 20 en Berlín tuvieron miga suficiente como para dejarnos con la boca abierta a cualquiera de nosotros, ciudadanos del siglo XXI curados de espanto de todo. La explosión de libertad, cultural, social, amorosa, sexual y narcótica debió de ser de una magnitud inabarcable. No hay nada como superar una tragedias para ver cómo todo brilla, suena y luce mejor, más limpio, más nítido, y no hay tragedia mayor que una guerra para disparar las ganas de libertad —y libertinaje— y volver a los instintos más primitivos del Hombre. Pero no me siento cautivado por la personalidad de Else, ni me embauca el ambiente del libro. Me faltan descripciones, personajes más redondos, olores, sabores, una retórica con más relieve, que te levante y te hunda. Me falta personalidad en los personajes que rodean a la protagonista, que, salvo chispazos, terminan siendo pusilánimes, narrados como con vergüenza por parte de la autora. Ni el dolor de Hans, ni el estoicismo de Erich, ni la vergüenza de abuelos (padres y suegros), ni la rebeldía madura de Peter. Nada.

 

Angelika Schrobsdorff, adolescente, durante su exilio en Bulgaria

 

Quizá sea el desconocimiento y la lejanía de lo ocurrido. Quizá ser una adolescente y que hayan transcurrido tantos años ha diluido, suavizado y aterciopelado el contorno de los recuerdos. Quizá, como también reconoce Stefan Zweig en Memorias de un europeo, los que estaban dentro no conseguían ver la magnitud de lo que se cernía sobre Alemania, y solo con un poco de perspectiva se podía augurar la catástrofe que estaba por llegar, y Angelika Schrobsdorff no acierta al narrarlo.

Quizá es que los suplementos culturales y una fuerte campaña mediática nos han vuelto a vender una obra mediocre, modesta, como si fuera oro.

No lo ha logrado Angelika Schrobsdorff contigo, libro. No eres tan crudo como otros, ni brillas como otros. Eres un libro a medias, y sin embargo no me arrepiento de haberte leído. Seguiré echando en falta una descripción del infierno personal y social de la Alemania de entreguerras, el desasosiego de sus personajes, el tránsito del cielo al infierno, la embriaguez de las bacanales y el dolor de la época más dolorosa del siglo XX. Te ha faltado arrancar.

Si las ventas se han disparado, no es porque seas tan “abrumador y único” como dice Andrés Trapiello. Hay piropos que es mejor no recibir desde tan alto.

Tú no eres como otras madres, Angelika Schrobsdorff (Ed. Periférica & Errata Naturae)

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