El mastodonte patético

Son malos tiempos para la regeneración en Melilla. El pasado viernes se aprobaron “los mejores presupuestos que Melilla puede tener”, pero quien pronunció esa frase olvidó añadir «para algunos». Estos presupuestos no son sociales. Son puramente continuistas y, por ello, únicamente pueden ser políticos. Quizá la apatía, la inercia de tantos años sin control asambleario, o la osadía de verse impunes después de tantos casos que en cualquier otra ciudad hubieran significado el cese o la dimisión de representantes públicos, hayan cercenado la voluntad de trabajar realmente por y para el ciudadano. Pero después de 17 años, los problemas ya no pueden esconderse, e ignorarlos solo agranda la responsabilidad de no resolverlos.

Mientras en Andalucía el Partido Popular reclama continuamente el adelgazamiento de la Junta, en Melilla se enorgullecen de mantener el gasto millonario en personal eventual y altas direcciones. De nada sirve protestar porque lo importante se niega y se silencia, por muy coherente que sea la crítica, si el responsable es el gobierno. Y ese patetismo es lo que tiene sumida a esta ciudad en lo que es, una ciudad resignada, subvencionada, triste, insegura y sin futuro.

Hace mucho que el diálogo fue sustituido por la orden, y la rectificación dejó de practicarse, porque rectificar en esta ciudad es algo propio de proscritos, no de políticos al servicio de los ciudadanos. Parte de la culpa la tuvo la oposición. Generalizar la crítica, convertirla en parte del día a día, desgastó el mensaje, lo neutralizó, y banalizó el debate de ideas, si es que alguna vez lo hubo. Se equiparó lo grave con lo nimio, se adulteró el contenido y la verdad dejó de ser verdad, y la mentira dejó de ser mentira.

Y parte de la culpa la tuvimos también nosotros, que no supimos protestar cuando aún estábamos a tiempo. Nosotros, que no lo vimos llegar, que confiamos, que consentimos y que, tras tanto tiempo, hemos visto cómo nos ha salido un caparazón en la espalda que nos ha vuelto insensibles y sobre el que resbala todo, lo bueno y lo malo, la honestidad y la corrupción, con tal de evitar que una palabra o una protesta pueda perjudicar, o perjudicarnos.

2017 tiene ya los presupuestos aprobados, y la rueda seguirá girando solo para algunos. Pero Melilla no crecerá. Para crecer es necesario generar empleo, no celebrar que tengamos “solo” un 28% de paro. Para crecer necesitamos invertir en talento sin fomentar el analfabetismo y el subsidio; crear partidas para I+D y no seguir anclados en el ladrillo y la obra pública, y hacer esfuerzos verdaderos por un sistema educativo que funcione y nos evite el ridículo que hacemos cada año al hablar de abandono y fracaso escolar. Para crecer necesitamos ser transparentes, que no es un concepto moderno, sino un estilo de vida, políticamente hablando. Para crecer, en definitiva, hay que permitir que otros crezcan. Dejar de ser la mamá de todos. Incentivar la formación y la emancipación, y trabajar por recuperar el respeto y la credibilidad pisoteados por la mala gestión de un Gobierno que, a pesar de sus 17 años, sigue aún en la línea de salida.
Parapetarse en la mayoría absoluta no es lo acertado, pero no será este Gobierno el que ponga en marcha por sí solo el camino de la regeneración, me temo.

La estructura de la Administración es tan mastodóntica a nivel local que, difícilmente, será capaz de cambiar si no es por imperativo central. No obstante, ese cambio ha comenzado, y es imparable. Las mayorías absolutas se han mostrado incapaces de responder a las necesidades reales de la sociedad, y su impermeabilidad e impunidad juegan contra los principios democráticos.

Por eso tenemos que seguir mellando el muro, para demostrar que el diálogo es posible, que juntos es mejor que solo, que aún estamos a tiempo de salvar muchas cosas, que la Asamblea debe ser un lugar de consenso, y no de mando, y que la crítica no debe acarrear consecuencias políticas. Porque cuando se pierde el respeto por la crítica, el descrédito es irreparable, y ya no hay sitio para la razón ni el razonamiento. Y eso significa volver a tiempos a los que no queremos volver.

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