El engaño de predicar «unidad»

Si es usted uno de los afortunados que no ha seguido los congresos de Partido Popular o Podemos el pasado fin de semana, no es que sea un privilegiado, pero tampoco se ha perdido nada emocionante, aunque le recomiendo la prensa dominical, sobre todo por los suplementos culturales. Se ha perdido el final de una guerra civil en Vistalegre, la primera de la historia donde el derrotado aplaudía su propia derrota y el vencedor hacía suyo el clamor del público y prometía «unidad y humildad» a los mismos contra los que acababa de enfrentarse; también una convención de estilo chic norcoreano en la Caja Mágica, con un líder —oh líder Rajoy— al que nadie puede toser porque un día fue ungido con el dedo divino de su divino predecesor.

Miento. Tosieron dos militantes, pero ya no son del PP. Protestaban porque Rajoy permitió que Cospedal siguiera acumulando poder y cargos. La Secretaria General, ratificada, compaginará su labor con el de ministra de Defensa, diputada nacional por Toledo y presidenta del PP en Castilla la Mancha. Alguien dijo “pucherazo”. Qué traviesos. Ya sabrá el lector que la vida en el Partido Popular no se caracteriza precisamente por la crítica abierta. Si acaso, el micrófono abierto. Así que sigue usted viviendo en el mismo país de moral podrida que celebra bailes de salón mientras fuera llueven chuzos.

 

 

Rajoy quiso escenificar la pluralidad, pero le salió un baile de máscaras de disciplina vertical: por un lado, homenaje y ovación a Rita Barberá la misma semana en la que se prorroga, por cuarta vez, la pieza del sumario que afecta a la financiación ilegal del PP de Valencia; por otro, una loa a Aznar y el abrazo con Cospedal. Si fuera un símil futbolístico sería hat-trick de Mariano con 95,5% de posesión.

Mientras dimitían los dos díscolos militantes, Pablo Iglesias leía la noticia en Twitter. Debió pensar en lo fácil que sería gozar del silencio que disfruta Rajoy, pero recapacitaría pronto. ¡Si eso ocurría ya en Podemos! Solo que cada mazazo levantaba demasiado polvo. Necesitaba ganar otra vez en Vistalegre, donde prometió asaltar los cielos, para soltar lastre y volar más ligero. Fue en 2014 y citó a Karl Marx. Eran tiempos de lucha y reivindicación. Ahora veremos si de tanto volar en soledad, más que en Marx se convierte en Ícaro.

Como autómatas, los miles de militantes de Podemos seguían gritando «¡unidad!». Quizá alguno haya seguido gritándolo hasta hoy, pero si lo que querían era la verdadera unidad una alternativa era no votar. El mensaje habría sido más nítido y no harían falta resultados oficiales, abrazos fingidos, y consejos de guerra contra los insubordinados.

 

 

Debo reconocer que me despertó admiración la gente que se reunió en Sol para reivindicar derechos arrebatados. Luchar por una causa digna siempre tiene algo cautivador, y esa admiración la mantuve  intacta hasta que llegó un hombre anónimo en el que nadie se había fijado nunca, al que nadie había agasajado jamás, que de la noche a la mañana se despertó como el paradigma. En el momento en que ese hombre-mesías puso en práctica todo lo aprendido sobre manuales de control de masas y medios de comunicación y se vistió de «pueblo» para concentrar el poder en primera persona del singular dejé de creer. Me asquean los que, para su vanidad, nunca les basta con los sacrificios de los demás.

Y como los extremos tienden a encontrarse, la ironía hizo que estas dos ideologías opuestas que prometen cambios y una «nueva política», además de idearios muy antiguos, disciplina vertical y culto al líder, compartieran el mensaje: «unidad». Nada nuevo. Hace tiempo que nos movemos entre la contradicción y la paradoja, el magnetismo del «qué pasaría si» y la magnitud de un descrédito que no tiene fin porque en este País de los Escándalos Políticos la corrupción se premia con votos y la sociedad, o parte, está cómoda en el rencor y el enfrentamiento continuos y no quiere perder el tiempo en pensar si se está contradiciendo o está siendo manipulada. Pero Houellebecq lo definió con maestría: «vivir sin leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida, y uno puede sentir la tentación de correr riesgos». Habrá que seguir leyendo.

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