Ciudadanos resilientes

Te dirán que todo acabó, que lo importante es regresar cuanto antes a la normalidad, que hay que seguir adelante y que los errores cometidos están compensados con creces con la libertad readquirida de poder salir a la calle. Que si se impone alguna tecnología para controlar tus pasos será por tu bien, y se utilizará siempre con los principios éticos que te enseñaron en el colegio. Que tienes ante ti un nuevo horizonte de posibilidades para desarrollarte como ciudadano resiliente, como si entraras en un descampado con todo por construir. Que puede que sientas una sensación de corsé, pero que esa es la nueva normalidad. Que durará poco. Y como estarás desesperado por salir, por viajar, por compartir tiempo con amigos, la tragedia quedará sepultada bajo una nueva ola de optimismo exacerbado. Lo importante, recuérdalo, te dirán, siempre es el ahora.

La maquinaria del marketing político lleva semanas engrasándose de grandilocuencia. Han triunfado los discursos con las frases más épicas del siglo XX sobre los que, simplemente, pedían cordura y humanidad. No importa que la distancia y la magnitud que nos separa de la guerra hagan incomparable esos momentos de los que hoy vivimos. Somos protagonistas del hito histórico más importante hasta la fecha y tenemos todo el derecho de reivindicarnos como los seres más sufridores de la especie. Y si no, siempre habrá un especialista de sobrada inteligencia comercial capaz de llegar a tu inconsciente para que lo urgente, de nuevo, derrote a lo importante. Será como pillarle una infidelidad a tu pareja y acabar convencido de que la vista te falla.

Y caerás, porque hay expertos del marketing político en hablarle al corazón. Personas capaces de convertir 20.000 muertos en una cadena de sucesos inevitables en la que nadie tiene la más mínima responsabilidad. Personas que sostendrán que los médicos y enfermeras, los más expuestos a la pandemia, no eran una prioridad a la hora de realizarse test, y que las contradicciones en políticas pueden tolerarse en tiempos de crisis. La normalización del error y la cotidianidad del fracaso como sociedad y como sistema político serán asumidas como una consecuencia lógica de la crisis, y nuestro silencio y nuestra capacidad biológica para adaptarnos al medio hará el resto. Todos tendremos suficientes problemas que resolver como para seguir reivindicando una sociedad más justa. La economía primará sobre la vida que dejó de existir. Y no nos importaremos. Seguiremos siendo seres profundamente egoístas, sin más visión que la que encierran las paredes de casa. Nos importa, simplemente, que podamos salir y disfrutar hasta la siguiente pandemia, olvidando la primera premisa de todas: que lo primero que se quiebra y lo último que se recupera es el corazón.

Perdonen el pesimismo. También existen razones para no tener esperanza en la clase dirigente.

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