Calladitos a contracorriente (Parte II)

Te miro, te leo, te oigo aunque no hables, te escucho pensar en la distancia y hasta tu risa me da risa, porque sé que adivinas que en alguna aparte alguien se ha adherido a esa zona inextricable que tu memoria, y desde allí te lanza piedritas como si fueran pequeñas descargas eléctricas. Te extraño, te odio, te imagino con la bruma del velo de un recuerdo, te niego cuatro veces y te llamo si me pierdo. Hubo un antes, un después, un entonces, un ahora, un nunca más y un por favor. Jugué con fuego, con deseos, con tu pelo, con un anhelo que no era mío y me dejaste de recuerdo, con una mansión de quimeras y quimeros. Me volví de plomo y me lancé como una bala. Me volví de espaldas. Me volví viejo. Me gritaste en un idioma que no conozco, y el mensaje era tan triste que lo entendí por el gesto y no por el verbo. Escuché tus pasos arrastrarse por la grava de un camino que te llevó siempre a otra parte y nunca más volví a verte regresar.

La mentira que recreo me controla sin que pueda abrir las puertas de esta casa que una vez fue mía pero que ahora es solo ceniza. Eres dueña de un espacio que no me pertenece, como una dictadura que se apodera de un territorio como si nada pasase, y aunque seas tú más libre que yo, ya no puedes deshacerte de ese pedacito de tierra. Entras sin permiso, sin que yo pueda evitarlo, y a cada paso corre un aire fatuo y fatídico, como de película. Uno aprende adaptarse a esos sobresaltos, y yo intento, porque el que aprende nunca soy yo, en vano dejar de tropezar en este desvarío. Si tuviera la certeza de que cayendo del todo se acabarían las palabras que esconden los hechos que esconden las formas en las que se ocultan los miedos, podríamos empezar a mirarnos frente a frente y descubrir que en realidad no hay tanta distancia entre los dedos que se buscan por las noches.

Por eso escribo. No es una certeza, es una pregunta sin interrogante. Escribo y mi idioma es la urgencia. Saltar de palabra en palabra no te deja pensar demasiado, pero al menos te mantiene vivo, y ese poso que deja no tiene forma, pero así son las cosas cuando me siento ante un folio en blanco. Mi urgencia es tu presencia a cada verso, las calles desandadas por desidia, el espacio de recreo de tu cuerpo encerrado en la prosa de este cuento que no acaba porque el mundo es redondo y todo es un ciclo de final inacabado, y nosotros el coma que omite que todo pasa una y otra vez ante nuestros ojos viejos, cansados de la simple maravilla de mirar siempre hacia fuera. Yo te miro, te leo, te oigo, te escucho y hasta te imagino, y en ninguno de esos estados de enajenación transitoria encuentro el modo de entrar sin que se note. Porque cuando no es tu rubor es mi prisa o mi desesperanza.

 

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