La prensa orwelliana melillense

Hace unos días surgió una polémica a raíz de la aprobación de una ampliación de crédito para que el Gobierno de Melilla pudiera hacer frente a unas deudas que arrastraba con los medios de comunicación desde 2014. Minucias, unos 800.000 euros, euro arriba, euro abajo. El concepto del pago es “Publicidad Institucional”, una partida que se repite en los presupuestos generales de cada año y que asciende hasta 1.800.000 euros.

A grosso modo, Melilla tiene dos periódicos impresos, cuatro empresas radiofónicas, una televisión pública, dos empresas televisivas privadas y la sede autonómica de RTVE para 85.000 habitantes. Hasta hace unos meses, contaba con un diario digital e impreso adicional, y hace un año, con una radio que navegó entre lo digital y lo analógico, y dirá usted si necesitamos tal despliegue de medios o si se podría hacer más con menos, pero ese es otro tema. Uno que es periodista tiende a pensar que cuantos más focos haya sobre una noticia, mejor, pensando que cuantos más seamos, más miradas críticas se posarán sobre la noticia. Vaya a ser que el político de turno se líe y diga algo que no se acerca a la verdad, por no decir que miente.

Al hablar de algo tan puro como la Verdad o el Derecho a la Información, pareciera innecesario decir que no deberían existir interferencias entre el poder político y los medios, pero como vivimos en el planeta Tierra y aquí los hombres y mujeres empiezan a corromperse desde que entran en el sistema —justo a los 3 años, con su llegada al colegio— es necesario destacar que existen. No se ven. No hay hombres de negro con maletines. Pero hay palmadas en el hombro que aplacan el espíritu más bravo del más bravo editor de prensa. Y también partidas en los presupuestos generales que convierten a la empresa privada —independiente y crítica antes de la firma— en amigos del Gobierno por una extraña mezcla de miedo y connivencia.

A estas alturas, debe saber que el gobernante es infalible, y por ello usted va pagar la deuda. No sea ingenuo. No cometa el error de pensar que la pifia se subsanará solo con el bolsillo de los responsables, porque el éxito es solo suyo, pero los errores son de todos, que hay que compartir. Así que mientras se recauda y se redistribuye la riqueza eliminando otras partidas previstas en los presupuestos, sepa que esta vez —en el pasado fueron otros— ha sido el Consejo de Estado el que ha tirado de las orejas al Gobierno por no hacer la tarea.

El resultado es el mismo —pagar— con un extra de polémica esta vez. La oposición ha criticado este error de mando del Gobierno, y el Gobierno ha criticado que la oposición haya osado siquiera pensar que pudiera ser un fallo de planificación. (Lo que viene a continuación es una recreación):

 
—«¡Cómo se atreven!» —gritó uno de los responsables en algún despacho próximo al gabinete de Presidencia, con el orgullo herido.
—«¡Rápido! Hay que impedir que trascienda ese argumento.
—«No os preocupéis —sonó una voz ronca, tranquila, plagada de silencios entre palabra y palabra—. Tengo la solución.

Y así fue.

Nada de reconocer fallos. Nada de autocrítica. Se señaló a la oposición con el dedo divino y la dignidad fingidamente ultrajada por «atacar» a los periodistas. No importa lo que digan. Los periodistas son las víctimas de todo esto, como un día lo fueron los técnicos, los funcionarios, el personal eventual contratado a dedo. Los culpables: la oposición.

Y la vida siguió —como dice Sabina— como siguen las cosas que no tienen mucho sentido: El Gobierno, con la táctica orwelliana de desinformar poniendo el foco en las víctimas para hacerse dueña de su dolor/indignación/sentimientos/proclamas. Los medios, en tanto que son empresas privadas, declarándose abiertamente independientes y reconociendo recibir partidas en concepto de “Publicidad Institucional”, qun no  “Subvenciones”. Y los melillenses, con dos periódicos, cuatro emisoras de radio y tres televisiones igual de anestesiados porque ninguno de ellos es capaz de hacer una sola pregunta incómoda en rueda de prensa, montar especiales para destapar casos de corrupción, investigar, innovar, adelantsrse a la noticia. Ninguno prepara información, ni contrasta más que con declaraciones entrecomilladas y comunicados oficiales para ponerse de perfil. Y no lo hacen por miedo a represalias. Lo dice alguien que lo ha vivido muy de cerca.

Porque la crítica murió como murió El Telegrama y La Luz, y Vinilo FM, asfixiados de no recibir ninguna partida de «publicidad institucional».

No es ilegítimo recibir ayudas, ni es indigno reconocer que una parte de la empresa vive de ellas. Lo que es insultante es que quien las concede se crea con el derecho de decidir qué y cómo se emite o se escribe cada día, qué tienes que pensar, quién se merece una caricia y quién una hostia, y tengan la capacidad de asfixiar a quien no comulgue con su discurso ni su ideología amenazando con no ejecutar partidas que permiten pagar a muchos trabajadores profesionales honrados. Es insultante que se juegue a pisotear el Derecho a la Información y Prensa con el beneplácito de políticos y editores y directores.

Melilla se despierta cada mañana con una maquinaria de manipulación informativa sin precedentes y la gente se asoma a los medios con resignación sabiendo qué va a encontrar. O, mejor dicho, qué no va a encontrar. Y la responsabilidad, como ocurre con las deudas impagadas, es del Gobierno. No de los periodistas.

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