Alicia Kopf

(Después de ver, oír, leer y buscar alguna referencia)

Dice Alicia Kopf que su obra es un ensayo mezclado con novela. Un artefacto con paredes de cristal. No sé si creerla. A priori, su aire cultureta me hace dudar. También el propósito de inaugurar un registro nuevo. A mí me suena más a querencia de formar parte de una vanguardia literaria. Me cuenta las cosas en forma de diario o de epistolares modernas, dos géneros más viejos que todos nosotros. Leyéndola, hay ratos en los que tengo la sensación de estar fisgoneando una correspondencia ajena, o más bien un muro de Facebook que no es el mío, pero no me convence la nomenclatura de artefacto.

«Hermano de Hielo» (Alpha Decay) es una vida que camina hacia dentro, una introspectiva natural que nace como suelen nacer las reflexiones más íntimas, a raíz de una agonía inenarrable que no se cuenta a nadie porque nadie es capaz de entender la verdadera dimensión del drama. Inabarcable, mucho más allá de una conversación.

Puede que el relato exija un determinado estado emocional en el lector. Sobre esto hay partidarios y detractores del poder transformador de una trama. La afinidad con la autora, con su drama familiar, con su desenvoltura y los espacios en blanco no narrados con la profundidad que se espera en una de las mejores obras de 2016, condicionarán más o menos la lectura. La crítica que he encontrado es buena, casi unánime, pero suelo sospechar de las apologías. Hay críticas feroces que catalogan esta obra-artefacto de Alicia Kopf como lolastdelolast. Son etiquetas, claro, clichés muy propios de la sociedad que vivimos, más dispuesta a derribar que a construir. Hay tantos destructores en el mundo de la crítica literaria como embaucadores y palmeros sin criterio. No hay más que rascar un poco para encontrar campañas de marketing huecas y suplementos rebosantes de críticas forzadas. No vamos a sorprendernos ahora del mercantilismo reinante.

Los lugares comunes, los giros lingüísticos más propios de un post que de una novela o un  ensayo o la forma de resolver los capítulos crean una mezcla indefinida de género a mi parecer más por falta de valentía que por decisión de transgredir con el estilo y saltar lo preestablecido. Me chirría la mezcla de grandes obras con post en Facebook, ligues en Tinder y alusiones a Wikipedia, pero había visto y oído a Alicia Kopf en Conde Duque y su discurso tenía tanto cuerpo que esa banalidad debía ser una pose. Creo que se puede hacer buena novela hoy día, y también buena novela-ensayo, sin recurrir a esos niveles, pero no sé si tendría el mismo éxito en alguien que no brilla hoy en la escena cultural, o no se mueve en determinados círculos sociales de influencia [y aquí abro una hipótesis que no sé si se corresponde con la realidad de la autora].

Por otra parte, creo que los lugares comunes son elementos que aparecen en autores gigantes como David Foster Wallace, y merecen una pensada. Jeopardy es un elemento constante en la tramoya de DFW como lo son las redes sociales en la de Alicia Kopf. Partes ineludibles de una vida que se mezclan irremediablemente en la trama, entran y salen de la vida de la autora y a veces son el cemento para unir expediciones polares con amores caducos y un viaje a Islandia para llegar al centro de la última matrioska.

Me gusta, no obstante, el tema, pero me quedo con las ganas de adentrarme en su verdadero drama de soledad. Alicia Kopf deja entrever una responsabilidad prematuramente adquirida, independencia autoimpuesta y rarezas de sentirse desplazada, rara, en un lugar donde las inquietudes artísticas, mentales y críticas no se valoran como algo positivo y, por ello, no se comparten con la libertad que merecen.

Me gustan más sus silencios. Me identifico con ellos, como con el blanco y la metáfora que desprende. El antivacío revestido de nada. No sé cómo puede aburrir lo inhóspito, ni parecer poco atractivo. Al contrario. La soledad debería ejercerse por imposición, como forma de autoconocimiento y tolerancia proios para ser más tolerantes con el resto. Necesitamos viajar solos, desnudos por dentro, para llenarnos de lugares y de personas; para encontrar algo que grita adentro cosas que no pueden escucharse en la ciudad. El sonido tiene frecuencias que necesitan latitudes diferentes. Quizá Scott, Admundsen y todos los exploradores sintieron esa llamada, esa urgencia por pisar el suelo deshabitado que otros catalogaron como «zona de monstruos» para encontrar allí el punto más remoto de sí mismos y poder medir su envergadura.

Saber, en definitiva, su limite interior. Lo que somos cuando verdaderamente solo nos queda ser nosotros mismos.

No me arrepiento de haber leído a Alicia Kopf, al contrario de lo que pueda parecer. Intento encontrar en cada libro una perla que me consuele por el esfuerzo (a veces lo es) de leerlos, pero en este caso, quizá por esa afinidad, no lo he sentido como tal. Aunque no comparta el estilo, sí comparto la necesidad de reinventarnos; entiendo la búsqueda de algo que no se sabe qué es y termina adquiriendo la forma de un lenguaje sin pulir, sin depurar, con impurezas. Adoro las impurezas, aunque Hermano de Hielo me deje la sensación de que pudo haber sido algo más.

Me abstraigo de las críticas, editoriales y suplementos. Me enerva la mercantilización del todo. Pero en este mundo vivimos. Así que seguiré mirando hacia dentro, viviendo en blanco cada lectura para ver adónde me lleva. Ninguna expedición tiene una meta fallida si el propósito es buscarte a ti mismo dentro de las páginas de otros. Así que gracias por el viaje.

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